Realizas un esfuerzo para seguir revisando los papeles. Cansado, te desvistes
lentamente, caes en el lecho, te duermes pronto y por primera vez en muchos
años sueñas, sueñas una sola cosa, suenas esa mano descarnada que avanza
hacia ti con la campana en la mano, gritando que te alejes, que se alejen todos, y
cuando el rostro de ojos vaciados se acerca al tuyo, despiertas con un grito mudo,
sudando, y sientes esas manos que acarician tu rostro y tu pelo, esos labios que
murmuran con la voz más baja, te consuelan, te piden calma y cariño. Alargas tus
propias manos para encontrar el otro cuerpo, desnudo, que entonces agitará
levemente el llavín que tú reconoces, y con el a la mujer que se recuesta encima
de ti, te besa, te recorre el cuerpo entero con besos. No puedes verla en la
oscuridad de la noche sin estrellas, pero hueles en su pelo el perfume de las
plantas del patio, sientes en sus brazos la piel mas suave y ansiosa, tocas en sus
senos la flor entrelazada de las venas sensibles, vuelves a besarla y no le pides
palabras.
Al separarte, agotado, de su abrazo, escuchas su primer murmullo: "Eres mi
esposo". Tu asientes: ella te dirá que amanece; se despedirá diciendo que te
espera esa noche en su recámara. Tú vuelves a asentir, antes de caer dormido,
aliviado, ligero, vaciado de placer, reteniendo en las yemas de los dedos el cuerpo de Aura,